Me duele Coruxo

Incendios en Coruxo 2017

Coruxo es una humilde parroquia de la ciudad de Vigo en donde vivo y está la pequeña oficina de SomosOcéano. Tenemos unas playas preciosas, equipos deportivos, una iglesia románica, petroglifos, fiestas populares con cucañas… todo coronado por un monte con armónicos tonos de verde.

Aprendí a leer en el colegio Tintureira y allí hice mis primeros amigos con los que jugué a la goma y al tan temido Huevo-pico-araña. A veces, el profesor de gimnasia nos llevaba de caminata por el monte para ver setas, molinos de agua y los pequeños riachuelos que bajaban con el agua tan fría como cristalina. Recuerdo pasar las tardes de los sábados yendo a las casas de mis amigas en A Torre o en el Monte do Gato para jugar con los nenucos. En otoño salía un poquito antes de casa para ir al colegio, porque nos parábamos unos minutos a recoger las castañas que se habían caído del árbol para llegar a clase con los bolsillos llenos. Los domingos iba con mis abuelos a ver jugar al Coruxo en el campo del Vao, mi abuelo hasta fue portero en sus años mozos;  en agosto estrenaba vestido de flores y comía rosquillas Cristaleiro en las fiestas de San Lorenzo. Los primeros amoríos surgieron en una de las playas más bonitas del mundo, la de las Barcas, y comíamos las empanadillas más sabrosas en el antiguo Cenabar al lado de la Iglesia del Carmen. Mis abuelos están enterrados en el cementerio de la parroquia, y de vez en cuando voy a “hablar” con ellos para que sepan que todo va bien. Cuando me pongo nerviosa salgo a caminar por la playa o por el monte para despejar la cabeza y volver al trabajo con energía… por todo esto, Coruxo me duele porque el fuego ha arrasado el 80% de la superficie forestal.

No quiero entrar en cuestiones políticas, ni en si se podría o no podría haberse evitado la catastrófica ola de incendios, porque no soy una experta en este tema. Sólo quiero decir que la noche del domingo y la madrugada del lunes 16 de octubre viví una de las experiencias más angustiosas de mi vida. Y eso que mi casa no estuvo en ningún momento a pie de llama por así decirlo, pero igualmente sentimos el peligro porque comprobamos como las cenizas llegaban al suelo y prendían de inmediato porque las fincas estaban sequísimas debido a la escasez de lluvias. Llamadme loca pero hasta preparé una bolsa con las cosas más imprescindibles por si nos tenían que evacuar: una muda, la documentación de la casa, este ordenador desde el que escribo para poder seguir trabajando en SomosOcéano, un anillo de mi abuela y unos pendientes que me regaló mi madre en un momento especial.

          El aire irrespirable, la atmósfera fantasmal, el nudo en la garganta, el ambiente caótico con sirenas sonando a cada poco, noticias contradictorias, la sensación de impotencia, el amenazante perfil rojo del fuego que cercaba las casas más próximas al monte, el viento desatado que hacía temblar los árboles y nuestro ánimo…

          Nos pasamos la noche refrescando el tejado de la casa porque es de madera, leyendo tuits y visitando a los vecinos para ver si estaba todo más o menos controlado, todo con la esperanza de que avanzasen las horas y cayesen las primeras gotas de lluvia. Tuvimos que dejar nuestra suerte, una vez más, a la benevolencia de la naturaleza, esa misma que machacamos cuando no reciclamos convenientemente, cuando cogemos el coche innecesariamente o cuando dejamos correr el agua del grifo cuando nos lavamos los dientes.

En Coruxo somos océano y mar azul, pero también monte y bosque verde. Luchemos para que el rojo del fuego y la negrura del humo no vuelvan a dolernos nunca más.


Aprendín a ler no colexio Tintureira e alí fixen os meus primeiros amigos cos que xoguei á goma e o temido Ovo-pico-araña. Ás veces, o mestre de ximnasia levávanos de camiñata polo monte para ver cogomelos, muíños de auga e pequenos regatos que baixaban coa auga tan fría como cristalina. Lembro pasar as tardes dos sábados indo ás casas das miñas amigas na Torre ou no Monte do Gato para xogar cós nenucos. En outono saía un pouco antes da casa para ir ó colexio, porque parabamos uns minutos  para apañar as castañas que caeran da árbore para chegar a clase cós petos cheos. Os domingos ía cós meus avós a ver xogar ó Coruxo no campo do Vao, o  meu avó ata foi porteiro nos seus anos de xuventude!; en agosto estreaba vestido de flores e comía rosquilas Cristaleiro nas festas de San Lourenzo. Os primeiros amoríos xurdiron nunha das praias máis bonitas do mundo, a das Barcas, e comíamos as empanadillas máis saborosas no antigo Cenabar ó lado da Igrexa do Carmen. Os meus avós están enterrados no cemiterio da parroquia, e de vez en cando vou a “falar” con eles para que saiban que todo vai ben. Cando me poño nerviosa salgo a camiñar pola praia ou polo monte para despexar a cabeza e voltar ó traballo con enerxía… por todo isto, Coruxo dóeme polo que o fogo lle fixo.

                Non quero entrar en cuestión políticas, nin en si se podería ou non se podería evitar a catastrófica vaga de incendios porque non son unha experta no tema. So quero dicirvos que a noite do domingo e a madrugada do luns 16 de outubro vivín unha das experiencias máis angustiosas da miña vida. E iso que a miña casa non estivo en ningún momento a pe de chama por así explicalo, pero igualmente sentimos o perigo porque comprobamos como as faíscas chegaban ó chan e prendían de inmediato porque as fincas estaban sequísimas debido á escasez de chuvias. Chamádeme tola pero ata preparei unha bolsa coas cousas máis imprescindibles por se tiñamos que evacuar: unha muda, a documentación da casa, este ordenador dende o que escribo para seguir traballando en SomosOcéano, un anel da miña avoa e unhs pendentes de agasallo da miña nai nun momento especial.

              O aire irrespirable, a atmosfera pantasmal, o nó na gorxa, o ambente caótico coas sereas soando a cada pouco, novas contradictorias, a sensación de impotencia, o ameazante perfil vermello do fogo que cercaba as casas máis cercanas ó monte, o vento desatado que facía tremer ás árbores e o noso ánimo…

                   Pasamos a noite refrescando o tellado da casa porque é de madeira, lendo chíos e visitando ós veciños para ver se estaba todo máis ou menos controlado, todo coa esperanza de que corresen as horas e caesen as primeiras gotas de chuvia. Tivemos que deixar a nosa sorte, unha vez máis, á bondade da natureza, esa mesma que machacamos cando non reciclamos ben, cando collemos o coche sen necesidade ou cando deixamos correr a auga da villa cando nos lavamos os dentes.

                   En Coruxo somos océano e mar azul, pero tamén monte e bosque verde. Loitemos para que o vermello do fogo e a negrura do fume non volvan a doernos nunca máis. 

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